El desconocido piloto del quinto avión del 11S norteamericano

Zacarías Moussaoui es el nombre del piloto del quinto avión que se estrellaría en los atentados del 11-S norteamericano, aeroplano cuyo objetivo era ―en la planificación original― el Capitolio. Sin embargo, Moussaoui nunca se llegó a subir al avión, pues se encontraba arrestado en ese momento y hoy en día es la única persona viva condenada por dichos ataques. Esta es su increíble historia. 

Marroquí de nacimiento, Moussaoui vivió en su juventud en Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Según su propio testimonio, para la Navidad de 1996 se trasladó a Pakistán y luego a Afganistán, donde recibió un intenso entrenamiento en el campo terrorista de Khalden. Desde allí fue enviado a Turquía y desde allí a Daguestán, desde donde entró (junto a otro sujeto) a Chechenia, donde integró una de las tantas brigadas compuestas por muyaidines extranjeros, siendo destinado a un equipo especial que se dedicaba a tender emboscadas a las columnas del ejército ruso.

En poco tiempo se labró fama como un combatiente leal, disciplinado y arrojado, pero además llamó la atención de Abú Zubaida, el principal responsable del engranaje de entrenamiento de Al Qaeda en Pakistán y Afganistán, debido a su dominio de varios idiomas y el alto nivel cultural que poseía (de hecho, tenía un grado de máster en una universidad inglesa).

Tras un breve paso de vuelta por Afganistán, a mediados de 1999 decidió regresar por un tiempo a Londres, ciudad desde la cual envió una serie de mensajes a diversos mandos de Al Qaeda indicándoles que estaba listo para una nueva misión, hasta que finalmente Khalid Sheik Mohammed, el jefe de Operaciones de Al Qaeda, le comunicó que sería parte de una importante operación “de martirio”.

Los pilotos 

Zacarías Moussaoui

Hacia principios del 2000 Bin Laden declinó llevar a cabo los ataques a los aviones en vuelo hacia Estados Unidos, por lo cual Moussaoui fue enviado a Malasia a aprender a pilotear, aunque finalmente lo mandaron a la Airman Flight School, ubicada en Oklahoma, el mismo estado donde algunos años antes había residido por algún tiempo.

Un par de meses después del arribo de Moussaoui a Estados Unidos comenzaron a llegar los demás secuestradores.

Si bien Moussaoui era un sujeto preparado y con amplia capacidad para los idiomas, su personalidad (que sus abogados incluso han sugerido es un tanto esquizoide) lo traicionaba. Cuando estaba en Malasia comenzó a pedir mucho dinero y, al mismo tiempo, cometió un error que casi le costó quedar fuera de la operación, pues varias veces se jactó ante sus pares malasios de que había soñado con volar la Casa Blanca a bordo de un 747. Más aún, fanfarroneaba contando que le había contado su sueño al emir (Bin Laden) en persona. Además, siempre decía que pronto venía una gran operación de martirio. Como era lógico, Bin Laden se demoró poco en saber que Moussaoui estaba hablando de más y un par de semanas más tarde lo llamó de vuelta a Afganistán.

Tras ponerlo contra la espada y la pared, Moussaoui revirtió su situación contando otro sueño al emir, del cual nunca ha entregado detalles (en el juicio sólo dijo que había sido más “metafísico”), pero al parecer logró convencerlo de que él sería un elemento valioso para el “Martes Santo”. Bin Laden le perdonó las habladurías y decidió que siguiera participando.

EEUU

 

Fue así como finalmente Zacarías Moussaoui logró entrar a Estados Unidos el 23 de febrero de 2001, con el fin de aprender pilotaje en Norman, Oklahoma. Aunque pasó varios meses allí volando (siempre acompañado) un pequeño Cessna 150, no pudo obtener la licencia de piloto privado. Con apenas 55 horas de vuelo a cuestas, a principios de agosto de 2000 se trasladó hasta la ciudad de Minneápolis, en el norte del país, donde se matriculó para un curso de pilotaje de Boeings 747-400 que se dictaba en la escuela de vuelo NATCO, que era propiedad de la Pan Am y que, además de entrenar a los pilotos de esa línea, prestaba ese servicio a pilotos de líneas extranjeras que no contaban con los cerca de 35 millonarios simuladores que poseía dicho centro.

El 13 de ese mes debía comenzar su entrenamiento, el cual estaría a cargo de Clarence “Clancy” Prevost, un ex teniente de la Armada que había trabajado 24 años como piloto de Boeings.

El día anterior; es decir el 12 de agosto, el segundo hombre al mando de NATCO, Alan McHale, había llamado a Clancy a su oficina. Le explicó que tenían un nuevo cliente que era un tanto especial, pues sólo poseía 55 horas de vuelo y tampoco tenía licencia. Quería que Clancy (un hombre de 63 años por entonces y con más de 15 mil horas de vuelo en el cuerpo) se hiciera cargo de su entrenamiento.

Clancy no cuestionó mayormente el asunto. Si bien el estudiante con menos horas de vuelo que había recibido alguna vez tenía 600, todas cumplidas en aviones multi-motor, necesitaba el dinero.

Interrogado en el juicio en contra de Moussaoui de por qué no había representado a su superior la falta de conocimientos del alumno, Prevost señaló que pensó que quizá se trataba de un sujeto con mucho dinero, que quería cumplir algún sueño infantil, como los ricachones que pagan miles de dólares a equipos de béisbol o fútbol americano por jugar un partido privado, vistiendo la camiseta del club de sus amores.

Zac

Sin embargo, cerca de las 10.30 horas del 13 de agosto, cuando Moussaoui se presentó ante él para la primera clase, se dio cuenta inmediatamente que no era el caso. Ambos hombres se presentaron y Moussaoui le pidió que lo llamara Zac. Partieron a la sala de clases, donde luego de 15 minutos de mostrarle diversos fundamentos básicos del vuelo de un Boeing en un data show, Clancy se dio cuenta que Zac no entendía ni lo más mínimo. Prevost comenzó a desesperarse. Supuestamente los cursos de simulador duraban una semana, pero su nuevo alumno quizá necesaría un mes o más para recién empezar a comprender algo.

Aunque todavía no era mediodía, lo invitó a almorzar a la cafetería del recinto, tratando de prolongar al máximo su estadía allí, saludando a cuanto piloto pasaba. Conversaron puras fruslerías y finalmente llegó el momento de regresar al salón. Allí le preguntó para qué quería aprender a pilotear un Boeing. La romántica respuesta de Zac fue que su sueño era atravesar el Atlántico, desde Londres hasta Nueva York, piloteando una de estas naves.

La sesión avanzaba en forma tortuosa y Clancy, tratando de descomprimir el tenso ambiente que se estaba generando, pues Zac evidentemente se daba cuenta que no estaba avanzando, le comentó que al menos, una vez que terminara las lecciones, si iba a bordo de un Boeing y algo le pasaba a los pilotos, estaría en condiciones de levantar la mano cuando la azafata preguntara “¿hay alguien aquí que sepa volar un 747?”

Prefiero tomar un paracaídas y saltar por una puerta— respondió en forma tajante el hombre, denotando su falta de conocimientos elementales acerca del vuelo de un jet.

—Bien… la verdad es que no puedes abrir las puertas de un avión en vuelo. Es imposible, pues están presurizadas— le respondió Clancy, generando una mirada de alarma en Moussaoui. Creyendo que eso era una muestra de interés, siguió explicándole al respecto y para ello no encontró nada mejor que ejemplificar con un accidente que le había ocurrido a un charter arrendado años antes para un viaje de peregrinación a La Meca en el mes de Ramadán (un hajj), donde alguien encendió fuego en el interior del avión, mientras éste se encontraba aún en tierra, y como no les fue posible abrir las puertas, todos perecieron carbonizados.

Si el giro de la conversación ya estaba intrigando en demasía a Zac, su perplejidad fue mayor cuando Clancy, un hombre de boca suelta a todas luces, se quedó como meditando, al tiempo que lo miraba…

Hajj… Ramadán… ¿Tú eres musulmán?— le preguntó a bocajarro.

—Yo soy nada— respondió el aludido en forma seca.

—Y yo tampoco, ja— trató de bromear el instructor que, a esas alturas, ya había concatenado varios hechos en su cabeza: musulmán, extraño, desesperado por aprender a pilotear un Boeing.

Clancy terminó lo más rápido que pudo y telefoneó a McHale, pero no lo encontró. Le dejó el recado con Liz, su secretaria, tras explicarle quién era Moussaoui.

—Díle a Alan que yo quiero saber si él cree que es necesario que hagamos esto. No sabemos nada de este tipo y le estamos enseñando a volar un  747.

“Está pagando”

La sesión del 14 de agosto estaba programada para las 10 horas. A las 9, Clancy estaba parado en la oficina de McHale. Le preguntó lo mismo. McHale movió la cabeza en forma comprensiva, pero le respondió:

—Está pagando. No es nuestro problema.

La respuesta sacó de sus casillas a Clancy.

—Nos vamos a preocupar cuando este tipo participe en un secuestro y nos llenen de demandas debido a que Moussaoui sabía cómo apretar todos los botones del avión porque nosotros le enseñamos.

McHale movió una vez más la cabeza y le avisó que debía irse a una reunión de supervisores. Una frase quedó dando vuelta en la cabeza de Clancy: “está pagando”. Por una corazonada, se dirigió donde Jerry Lidell, el hombre encargado del dinero en la empresa. Le preguntó cómo había pagado Zac sus clases.

—Al contado, en billetes de cien dólares— fue la respuesta. La suma era de 8.300 dólares.

En ese momento no aguantó más. Prácticamente todos los pilotos que llegaban allí eran enviados por sus líneas aéreas (que obviamente pagaban las facturas) y los pocos que cancelaban los cursos por su cuenta, pagaban con tarjetas de crédito, cheques o préstamos bancarios. Más aún, como Clancy se lo dijo a Lidell, si en un aeropuerto cualquiera Moussaoui hubiera intentado comprar un ticket con dinero en efectivo, inmediatamente habrían llamado a las autoridades para interrogarle.

Tras ello decidieron llamar a las autoridades, mientras seguían las clases matutinas, que fueron igual de desastrosas, por lo que una vez más Clancy prolongó el almuerzo por un par de horas. Finalmente, para sacárselo de encima, le ofreció un panorama distinto por la tarde. Según le dijo, de 18 a 22 horas estaba programado realizar, en simulador, dos viajes de larga distancia en un vuelo de tripulación completa (es decir, piloto y copiloto). Los dos personajes que cumplirían ese vuelo eran pilotos experimentados y por ende, si estaban de acuerdo, podía pedirles que Zac los acompañara en la cabina del simulador durante los dos viajes, el primero de San Francisco a Honolulu y el segundo de San Francisco a Los Angeles.

A Moussaoui le encantó la idea y se presentó mucho antes de las 18 horas en el complejo de simuladores. Clancy iba llegando también y pudo ver que el aprendiz de aviador se bajaba de un Subarú año ‘91, que conducía otro sujeto. Ya completamente convencido a esas alturas que tenía por alumno a un terrorista, alcanzó a memorizar los últimos tres números de la patente: 676.

La mañana del 15 de agosto, día en que Zac no tenía entrenamiento, Tim Nelson, de la Pan Am de Minneápolis, llamó finalmente al FBI, luego que MacHale hubiera obtenido el visto bueno de parte de las oficinas centrales.

Desinteligencia 

El telefonazo fue derivado de inmediato a la Fuerza de Tareas Conjuntas Antiterroristas (JTTF) de Minneápolis, un equipo de especialistas dedicados a investigar asunto de terrorismo doméstico. Luego de hablar con Nelson, el agente especial que recibió el llamado, un joven llamado Dave Rapp, se dirigió al escritorio de su colega Harry Samit, del FBI.

—Harry, acaba de llamar un tipo del centro de entrenamiento de Pan Am, quien me dijo que tenían un alumno muy inusual, un sujeto que pagó varios miles de dólares por un curso de simulador de Boeing y sólo tiene 55 horas de vuelo y no posee una licencia.

El agente Samit (que era piloto) hizo un par de trámites pendientes y media hora más tarde abrió una investigación de inteligencia al respecto, decisión que posteriormente tendría complejas consecuencias. Como el propio Samit explicó a los jurados que años después condenaron a Zac, el FBI podía iniciar dos tipos de investigaciones: de inteligencia o criminal.

Las primeras eran todas aquellas vinculadas a la seguridad nacional, a asuntos de inmigración y a posibles amenazas, mientras que las segundas debían ser formalizadas ante un fiscal, con evidencias, a fin de seguir un proceso penal en contra del sospechoso. Si bien era posible judicializar una investigación de inteligencia que arrojara datos sobre delitos posibles de perseguirse en tribunales civiles, el mecanismo para ello un tanto complejo, pues debía pedirse autorización a una oficina especial del Departamento de Justicia (la OIPR), que debía aprobar o rechazar la solicitud tras estudiar el caso.

Acto seguido, Samit se comunicó con otro integrante de la JTTF, el agente especial John Weess, perteneciente al INS, el Servicio de Inmigración y Naturalización. Debido a que Nelson les había informado que Moussaoui era francés, consultaron de inmediato sus bases de datos y descubrieron que Zac había entrado a Estados Unidos el 23 de febrero con una visa de estudiante por 90 días, permiso que había expirado el 22 de mayo.

El 16 de agosto, muy temprano, Weess, Rapp y Samit se ubicaron en las inmediaciones del motel en que vivía Moussaoui, encontrando el Subaru. Cerca de las 17 horas, apoyados por un cuarto agente (Steve Norman, del INS) detuvieron al chofer, Hussein Al Attas, cuando se subía al auto, seguido por Moussaoui.

El departamento donde ambos vivían estaba lleno de bultos, maletas, papeles y ropa. Tras revisar algunos documentos, finalmente Moussaoui mostró la solicitud de renovación de visa que había pedido, asegurando que había sido aprobada. Por supuesto, no le creyeron y lo tomaron detenido en el acto. Debido a que no se trataba de una investigación criminal, no poseían una orden judicial de registro para el inmueble. Muy cívico, el agente Samit preguntó a Moussaoui si lo autorizaba voluntariamente para registrar sus pertenencias. La respuesta fue obvia: no.

Pese a ello, revisaron sus ropas, encontrando en uno de sus bolsillos un pequeño cuchillo, que Zac argumentó llevaba con él debido a las altas tasas de criminalidad en Minneápolis. Además portaba un pasaporte francés, un formulario de inmigración y un depósito de apertura de cuenta corriente en el Arvest Bank de Norman, por la suma de 32.000 dólares, algo así como seis meses de sueldo de cada uno de los agentes. Como manda el protocolo, lo despojaron de los cordones de sus zapatillas y del cinturón. Al tocarlo, notaron que estaba abultado. En un cierre oculto encontraron un escondrijo en el cual había un rollo que tenía 3 mil dólares en efectivo.

En el estacionamiento, Rapp revisó el Subarú, hallando una cortaplumas que Moussaoui aceptó que era suya. Este agente y Nordmann subieron a Zac a su auto y se lo llevaron a las oficinas del INS, en Bloomington. Mientras tanto, Weess y Samit comenzaron a interrogar Al Attas, quien les mostró un documento que certificaba la vigencia de su visa como estudiante (más tarde sabrían que era falsificado). A diferencia de Moussaoui, no puso inconveniente alguno en que registraran su ropa y sus documentos, sin que hallaran algo sospechoso.

Samit le preguntó por su relación con Moussaoui y Al Attas aseguró que mientras se encontraba estudiando un bachillerato en matemáticas en Oklahoma se quedó sin compañero de departamento, pero un conocido suyo de la mezquita Al Anoor le recomendó a otro habitué de dicho recinto que también buscaba alojamiento: Zacarías Moussaoui, a quien todos conocían en Oklahoma bajo el seudónimo de Shakil, nombre que Moussaoui había fabricado (según confesaría después) porque no llamaba la atención ni en el mundo árabe ni en Estados Unidos, debido a la fama del basquetbolista Shaquille O’Neill.

Sentado frente a los agentes de contraterrorismo, Hussein confesó que Moussaoui era un sujeto extremadamente radicalizado, que predicaba abiertamente la necesidad de combatir a los infieles y que manejaba mucho dinero.

Testamento

Mientras Al Attas seguía hablando, Samit revisaba en forma distraída las cosas que tenía en frente, hasta que descubrió un documento que estaba escrito en árabe. Era el testamento de Al Attas. Eso hizo que el agente sospechara nuevamente de él, pero el joven le aseguró que, por costumbre, cada vez que los musulmanes viajan, redactan su testamento por si algo les sucede cuando están lejos de su tierra. Samit no se lo tragó tan fácil.

—¿Sabes qué es la yihad?— le preguntó.

Yihad, yihad… yihad— repitió el interpelado con un tono burlón, como si estuviera tratando de buscar en algún rincón de su cerebro alguna idea al respecto.

—Significa guerra santa— le replicó bruscamente Samit.

—Sí, sé lo que significa. Sí, sí. Algún día me uniré a la yihad, pero antes debo terminar mis estudios— contestó Al Attas con el mismo tono sarcástico.

En ese momento, la atención de Harry Samit se posó sobre otro documento: un pedido de visa para ingresar a Pakistán, a nombre de Al Attas. Pese a que Samit no lo dijo en el juicio, versiones periodísticas aseguran que, fuera de la declaración judicial, Al Attas habría dicho que Zac lo había convencido de ir a hacer la yihad a Chechenia. Un paso previo lógico a ello habría sido recibir instrucción paramilitar en Afganistán o Pakistán.

Aunque Al Attas reconoció que la solicitud de visa la había llenado el propio Moussaoui a nombre suyo, Samit, un hombre respetuoso de la ley, no lo tomó detenido, pues no existía, en sentido estricto, ningún delito comprobable. Le pidió que se reportara a las 9 de la mañana del día siguiente en la oficina del INS y luego le solicitaron que ayudara a cargar el auto con todas las pertenencias de Moussaoui (entre las cuales se incluía un laptop), que se llevaron a la misma agencia.

Un poco antes de las 21.30 los agentes comenzaron a interrogar a Moussaoui, quien respondió puras incoherencias. Por ejemplo, aseguró que quería aprender a volar Boeings porque le gustaban mucho y que financiaba el curso con dinero producto de sus negocios. Cuando le preguntaron cuáles eran esos negocios, no supo detallarlos. Después dijo que había ganado mucho dinero trabajando en una empresa de marketing en Londres y en una compañía Indonesia que fabricaba tarjetas telefónicas, pero no pudo especificar cuánto ganaba en cada uno de esos lugares ni cuáles eran sus funciones específicas.

Cuando lo estaban exprimiendo ya en demasía (para su sensible temperamento) estalló en cólera y les sacó en cara que él poseía un grado de máster y les preguntó cuáles eran sus calificaciones académicas.

Sobre sus creencias, se calificó como un hombre muy religioso, pero que no conocía ninguna fatwa pues él no sabía árabe (dijo) y todas estaban redactadas en ese idioma. Agregó también que no seguía ninguna corriente o líder en particular. Dándose cuenta que la entrevista no los estaban llevando a ninguna parte, cerca de las 23 horas decidieron finalizarla.

A fines de marzo de 2006, cuando Moussaoui finalmente prestó una sorpresiva declaración en el juicio en su contra, terminó confesando que la idea de Al Qaeda era estrellar al menos cinco aviones en contra de distintos edificios de Estados Unidos. El iba a ser el piloto del que estaba destinado a destruir la Casa Blanca. 

Siguiendo al emir

Para sorpresa de todos, a las 9 de la mañana del día siguiente, 17 de agosto de 2001, Hussein Al Attas, muy peinadito y bien vestido, estaba en el mostrador del INS preguntando por los agentes que lo habían citado a esa hora.

Esta vez lo interrogaron con más calma. Recordó que Moussaoui tenía una acendrada admiración por los mártires y que seguía a un emir en particular: Osama Bin Laden. Con los últimos antecedentes reunidos volvieron a reinterrogar a Moussaoui, quien seguía negando conocer a varios sujetos cuyos nombres aparecían en los documentos que portaba en su bolso de mano, entre ellos un tal “Atef” (el apellido de otro de los pilotos), así como decía no saber a quién pertenecía un número telefónico de Alemania que le encontraron. Se negó de nuevo a permitir que revisaran sus pertenencias, insultó un poco más a los agentes y finalmente Samit se salió de sus cívicas casillas. Le dijo que era un terrorista y que sabía que estaba metido en un complot que implicaba el secuestro de varios aviones comerciales.

El pobre Zac se sintió muy agraviado y exigió un abogado. Debido a las leyes norteamericanas, cuando un imputado pide consejo legal, los agentes de seguridad quedan automáticamente impedidos de seguir interrogando, así es que abandonaron la sala de interrogatorios.

A esas alturas, la obsesión de Clancy Prevost hacia Zac se había trasuntado a Samit. Convencido que poseía antecedentes suficientes como para abrir una investigación criminal en contra de Moussaoui y solicitar la ansiada orden de registro, puesto que en Estados Unidos, así como en todo país democrático, cualquier actuación policial efectuada sin las autorizaciones legales vicia la prueba y por tanto la invalida como evidencia para un futuro juicio. En ese sentido, el excesivo celo de Samit en orden a resistir la tentación de revisar las pertenencias de Moussaoui era simplemente producto de su deseo de hacer bien las cosas.

Por lo anterior, Samit envió un requerimiento a la RFU, una subunidad de la sección de operaciones de terrorismo internacional del FBI encargada de los grupos fundamentalistas radicales islámicos, que investigaba todo lo relativo a sujetos que no pertenecieran a Al Qaeda.

Los antecedentes fueron recibidos por el agente Mike Maltbie, del RFU, a quien le pidió que se comunicara con la oficina encargada de judicializar las indagatorias de inteligencia (la OIPR) y que pidiera autorización para llevar el caso ante un fiscal y pedir el registro no sólo lo que estaba requisado (ocho bolsos) en la bodega del INS, sino también del departamento de Zac y Al Attas en Norman.

Sin embargo, le dijeron que no a Samit, basándose en un acta de inteligencia de 1978, que establecía que para actuar como él lo solicitaba, era necesario determinar la participación del sospechoso en algún grupo determinado o bien, que pertenecía a algún país enemigo. A juicio de Maltbie, no existía evidencia suficiente en ninguno de los dos casos. La posibilidad que le quedaba a Samit era, probando cualquiera de los dos puntos anteriores, llevar el caso ante un tribunal especial de inteligencia en Washington.

A cómo dé lugar

Para reunir la evidencia necesaria, Samit se puso a trabajar febrilmente. El 19 de agosto despachó un largo reporte de lo sucedido al enlace del FBI en Londres y luego a la CIA, pidiendo todos los antecedentes que tuvieran al respecto. La CIA le respondió el 22 que Zacarías era amigo del líder de la resistencia chechena, Ibn Khattab, muerto en combate, quien a su vez había sido muy cercano a Osama Bin Laden. Al día siguiente, el enlace del FBI en Francia le informó lo mismo.

El 31 de agosto, y con todas las puertas cerrándose, Samit envió un nuevo memo a Maltbie, pidiéndole que avisara a la FAA (la agencia federal de aviación) del riesgo inminente de secuestros que se corría. Cinco días más tarde la FAA hizo circular (sin mayor éxito, claramente) dicha advertencia.

En el intertanto, y a través del enlace del FBI en Francia, Samit se había enterado que este país estaba especialmente interesado en hacerle algunas preguntas al señor Moussaoui, por lo que, en conjunto con el hombre de Paris y aprovechando las leyes francesas, pergueñaron un plan para acceder a las evidencias que podían estar en los bultos de Moussaoui: lo deportarían, junto con sus pertenencias, y apenas bajara en Orly los franceses revisarían sus especies, de cuyos contenidos informarían al enlace (aunque lo más probable es que éste haya negociado para estar allí mismo).

Tras varios días de trámites burocráticos y con la maldita sensación de que las manecillas del reloj giraban hacia atrás, finalmente se dio el visto bueno a la expulsión de Moussaoui, de lo cual notificaron a Samit a última hora del 10 de septiembre de 2001, cuando las sombras comenzaban a caer sobre la costa este de Estados Unidos. Como ya lo sabemos, era demasiado tarde.

Moussaoui confiesa

Durante más de cuatro años en los cuales estuvo recluido antes de llegar a juicio, Moussoui ejecutó un enervante juego legal en el cual apeló a todos los recursos posibles para negar o minimizar su participación en el 11-S, hasta que el 23 de marzo de 2006, en una fase del juicio destinada a determinar si era posible aplicarle la pena de muerte, aseveró (sin confesar aún) que no tenía remordimientos y que había gozado al ver las imágenes del Pentágono en llamas.

Cuatro días más tarde abandonó su actitud desafiante y decidió cooperar, causando la sorpresa de todos quienes lo escuchaban. Allí dijo que efectivamente él debía pilotear un quinto avión que se estrellaría contra la Casa Blanca y aunque negó saber quiénes eran los demás integrantes de la tripulación, sí dio el nombre de uno de ellos: Richard Reid, el mismo que a fines de 2001 intentó volar un avión en vuelo con la bomba que llevaba escondida en sus zapatos.

Consultado por la fiscalía sobre quién le había dado la orden de pilotear el avión, respondió que la misión le había sido encomendada por Osama Bin Laden y Mohamed Atef. Sabía a la perfección la fecha en que se cometerían los atentados y contestó de forma muy simple a la pregunta de por qué había omitido todo esto al agente Samit.

—Porque soy de Al Qaeda.

Texto publicado originalmente en w5.cl